Cara Anaya 30 años sufre un trastorno de excitación que le impide tener una vida normal. Debido a los estremecimientos, debe desplazarse con silla de ruedas y no puede ir a trabajar.
La vida de Cara Anaya, de 30 años, no es fácil. Hace un tiempo sufrió una gran excitación que le provocó 180 orgasmos en 2 horas y decidió acudir a su médico de cabecera que, desconcertado la derivó a un especialista. Allí, le diagnosticaron un trastorno de excitación genital persistente. Este problema le impide hacer vida normal porque soporta hasta 6 horas de excitación sexual al día. Esta rara condición está arruinando la vida de esta mujer de Arizona, que se debe desplazar en silla de ruedas y no puede trabajar.
Los orgasmos la sorprenden en cualquier lugar. Desde el supermercado, en el colegio en el que trabajaba, durante las clases o en el recreo. Anaya tiene un hijo, Merrick de 10 años, pero no puede acompañarlo en espacios abiertos porque es demasiado vergonzante para ella y le resulta muy complicado explicarle a la gente lo que le pasa.
"Cuando estoy cerca de los niños me siento como una pervertida. Así no puedo ayudar en las clases o ir a viajes escolares porque ni los niños ni sus padres lo entienden", añade. Anaya, lamenta que “no puedo formar parte de la vida de mi hijo. Queremos que sea un chico normal pero no puede tener amigos porque yo tengo esta extraña afección. Lo peor de todo es que no se lo puedo explicar, es demasiado chico”.
Via La Razon
La vida de Cara Anaya, de 30 años, no es fácil. Hace un tiempo sufrió una gran excitación que le provocó 180 orgasmos en 2 horas y decidió acudir a su médico de cabecera que, desconcertado la derivó a un especialista. Allí, le diagnosticaron un trastorno de excitación genital persistente. Este problema le impide hacer vida normal porque soporta hasta 6 horas de excitación sexual al día. Esta rara condición está arruinando la vida de esta mujer de Arizona, que se debe desplazar en silla de ruedas y no puede trabajar.
Los orgasmos la sorprenden en cualquier lugar. Desde el supermercado, en el colegio en el que trabajaba, durante las clases o en el recreo. Anaya tiene un hijo, Merrick de 10 años, pero no puede acompañarlo en espacios abiertos porque es demasiado vergonzante para ella y le resulta muy complicado explicarle a la gente lo que le pasa.
"Cuando estoy cerca de los niños me siento como una pervertida. Así no puedo ayudar en las clases o ir a viajes escolares porque ni los niños ni sus padres lo entienden", añade. Anaya, lamenta que “no puedo formar parte de la vida de mi hijo. Queremos que sea un chico normal pero no puede tener amigos porque yo tengo esta extraña afección. Lo peor de todo es que no se lo puedo explicar, es demasiado chico”.
Via La Razon
